domingo, 5 de julio de 2009

17ª Etapa.-Vega de Valcarce-Triacastela.- 27 de Mayo del 99, jueves.

Las 7 de la mañana. Salimos juntos, Emilio y yo, nerviosos pues todas las guias estan de acuerdo en considerar la etapa del Cebreiro como la reina de todo el camino. Llenando las cantimploras en la fuente vemos, por primera vez en varios dias a Miguel. No recuerdo donde nos dijo que habia dormido. Nos saludamos y nos separamos de nuevo. Casi de inmediato comenzamos a subir..... y a bajar. No hay nada peor que subir una empinada cuesta y de inmediato volver a bajar por otra cusesta mas empinada todavia. Y asi estuvimos varios kilometros hasta Las Herrerias. Ya el paisaje nos anuncia Galicia. Lo verde, la vegetacion cada vez mas tupida, las corredoiras por las que se mueve el ganado, la boveda vegetal cada vez mas espesa y afortunadamente sin barro. Y asi subiendo, subiendo vamos adelantando a poca gente pues es temprano. Recuerdo a un jubilado aleman con el que anduvimos un buen rato, cosa que nos sirvio para disfrutar del paisaje. Hacia un dia esplendoroso. La atmosfera limpia, con visibilidad pasmosa. Sin embargo echo de menos la niebla. Siempre me he imaginado el Cebreiro con niebla, viento y lluvia y me voy a quedar con las ganas. Otra vez sera. Llegamos al Cebreiro, vemos el albergue nuevo acristalado, chulisimo, y el poblado antiguo con una iglesia romanica preciosa. La vemos y rapidamente a la ruta otra vez. Ah y en el albergue volvemos a ver a los vascos. Seguro que no nos han adelantado. Han venido volando?. Por Liñares, unos kilometros despues, comienza a llover ligeramente. De un dia esplendoroso, pasamos a otro tipicamente gallego y efectivamente pasamos por el hito que marca la entrada en Galicia. Nos queda el alto del Poio. Por aqui vemos un numeroso grupo de ciclistas. Eran ingleses, en tipicas bicicletas inglesas con un autobus y un camion de servicios siguiendoles. Que bien se lo montan algunos. Pasamos por uno de los hitos, para mi, mas bonitos del camino. El monumento al peregrino en el alto de San Roque. Un peregrino de bronce avanzando contra el viento. Precioso. Y muy fotogenico. Y ya solo nos queda el repecho del alto del Poio. Desde abajo da miedo. Cuando Emilio me dijo que teniamos que subir alli me eche a temblar. Efectivamente muy duro, la cabeza casi nos daba en el suelo de lo empinado que era el camino. Emilio y yo, como motos. Eso nos da animos y nos hace correr mucho mas. Nos picamos y apretamos aun mas el paso. Que gozada. Cuando llegamos al bar del alto, como iriamos que hasta unos alemanes que alli habia nos sacaron en video y nos echaron fotos. Desde luego Emilio, su cara, era un poema de agotado que parecia. Yo iria igual o peor. Pero no me veia.
Alli desayunamos, muy bien atendidos por una mujer con su hija que nos confirman, que efectivamente nos confirman que somos los primeros en llegar y se maravillan del tiempo que hemos hecho desde Vega de Valvarce. Que satisfaccion y que orgullo. Nos recuperamos pronto con ese desayuno opiparo y vuelta al camino.
Comenzamos a bajar, casi corriendo de lo rapido que ibamos. Adelantando a gente que habia salido de otros albergues y que se maravillaban de nuestro ritmo. Pero teniamos tiempo de disfrutar de paisaje, de las aldeillas perdidas, de las corredoiras, incluso del olor a vaca tipico y topico de esta Galicia profunda que cada rato nos envuelve mas y mas.
Como iriamos de rapido, que al llegar a Triacastela nos pasamos el albergue que estaba al principio del pueblo. Ya en el pueblo tuvimos que dar la vuelta de regreso y esque pusieron delante del albergue unas tiendas del ejercito, preparadas para la avalancha de peregrinos que se esperaban por aquellos dias. El albergue muy bien, como todos los gallegos, nuevos y en perfecto estado, y gratis. El gobierno gallego ha apostado por el Camino y lo esta potenciando muy bien. El hospitalero, un tio muy amable y simpatico, efectivamente, hablaba con devocion de Manuel Fraga y al menos en este aspecto tengo que darle la razon.
Descansamos algo y salimos a ver el pueblo. Vimos la iglesia, enclavada en el centro del cementerio de pueblo, una costumbre muy gallega. Compramso viveres en un supermercado y nos tomamos unas cervecitas fresquitas y despues a cenar. Nos juntamos con Juan, el madrileño que aunque lento, tambien anda bien, una joven franco-portuguesa muy simpatica y con un valenciano, al pricipio serio y circunspecto, que poco a poco se va abriendo y nos cuenta su vida, alcoholico en rehabilitacion, con despidos y divorcios varios. Una cena agradable en un buen asador y que terminamos muy tarde, casi nos cierran el albergue. Y de ahi a dormir que han sido solo 32,5 kilometros, pero muy duros. El sueño llega pronto.

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