A las 6,30 salgo del albergue, solo, Emilio se queda en la cama, voy calentando motores poco a poco. Siempre comienzo a andar, despacio, sin prisas ni acelerones, calentando poco a poco las articulaciones. Asi se evitan los tirones y las lesiones. Hay que cuidarse. Delante, una larga etapa de 40,6 kilometros y con dos opciones a seguir. Ir por San Xil o por el monasterio de Samos. Hemos decidido, Emilio y yo ir por la de San Xil. Lo sentimos porque no vamos a ver el monasterio de Samos. Me quedo con muchas ganas. Algunos años despues por fin, puedo disfrutarlo a conciencia.
Etapa preciosa, con buen piso, tiempo ideal sin calor y con un suave vientecillo que hace agradable el andar. Ademas desde que entramos en Galicia unos mojones, cada 500 metros nos va diciendo los kilometros que nos quedan hasta Santiago. Nos dan compania. La ruta discurre por un paisaje tipicamente gallego, por un terreno ondulado, de subidas y bajadas. La Galicia tipica y topica. Llego a Sarria, donde desayuno y atravieso la ciudad en una larga sucesion de calles. Se hace largo, es una de las poblaciones mas grandes por las que atravesamos. Compro naranjas para ir comiendomelas por el camino. Me salen con hueso, que no me gustan pero claro no es cuestion de tirarlas despues de haberlas trasportado. Emilio me alcanza en la salida del pueblo y ya iremos juntos hasta Portomarin, avanzando rapidisimo, dandonos relevos en cabeza y animandonos mutuamente, y asi vamos devorando kilometros y a las 15,30 llegamos a Portomarin, al que se accede por un larguisimo puente que atraviesa el embalse que sepulto al pueblo antiguo y tras el puente una empinada cuesta que sube hasta el pueblo, rematada por una escalinata superempinada. Emilio se desfondo subiendo. Le entro un pajaron y se vio negro para llegar al albergue, en la parte alta del pueblo. El ritmo que trajimos le paso factura.El albergue, pequeño y recogido con 3 habitaciones. Las dos primeras, mas grandes estan ya llenas, Nos acomodan en la tercera, mas pequeña. Curiosamente, los vascos ya estan aqui. Otra vez llegan antes que nosotros. Imposible. Descansamos un rato y antes de salir por el pueblo hago la colada a ver si se me secan los calcetines antes de que comience a llover, pues el tiempo se vuelve amenazante. El pueblo es bonico con una joya, una iglesia-fortaleza que fue trasladada junto con el pueblo cuando se hizo el embalse. Calles rectas con soportales con colunnas de granito. Nos tomamos unas cervezas descansando y cenamos en un restaurante casero con un menu para peregrinos bastante aceptable pero con un vino agrio que nos dio la cena. La camarera, una malafolla empeñada en que nos lo bebieramos, que era bueno, discutiendo con Emilio, que como buen riojano sabe de vinos. En fin. La hospitalera, en cambio, si era un encanto de mujer, nos hizo agradable la estancia. Recuerdo a un vasco que se parecia a Manolo Haro y a un abuelete que vacio, literalmente la mochila y despues parsimoniosamente fue introduciendo todo lo que saco.. Emilio se fue recuperando de su pajaron. Los vascos lo comentaron, que traia una cara de muerto cuando lo vieron llegar y es que aguantarme el ritmo que traje la ultima hora y media no es facil y Emilio lo pago. Y es que voy como una moto, cada dia mejor, la mochila no pesa, ya forma parte de mi. Me la pongo y me la quito con una facilidad pasmosa. No como al principio que era un poema. Y los pies, la ampolla, totalmente olvidados. La preparacion del camino ha dado sus frutos.
Etapa preciosa, con buen piso, tiempo ideal sin calor y con un suave vientecillo que hace agradable el andar. Ademas desde que entramos en Galicia unos mojones, cada 500 metros nos va diciendo los kilometros que nos quedan hasta Santiago. Nos dan compania. La ruta discurre por un paisaje tipicamente gallego, por un terreno ondulado, de subidas y bajadas. La Galicia tipica y topica. Llego a Sarria, donde desayuno y atravieso la ciudad en una larga sucesion de calles. Se hace largo, es una de las poblaciones mas grandes por las que atravesamos. Compro naranjas para ir comiendomelas por el camino. Me salen con hueso, que no me gustan pero claro no es cuestion de tirarlas despues de haberlas trasportado. Emilio me alcanza en la salida del pueblo y ya iremos juntos hasta Portomarin, avanzando rapidisimo, dandonos relevos en cabeza y animandonos mutuamente, y asi vamos devorando kilometros y a las 15,30 llegamos a Portomarin, al que se accede por un larguisimo puente que atraviesa el embalse que sepulto al pueblo antiguo y tras el puente una empinada cuesta que sube hasta el pueblo, rematada por una escalinata superempinada. Emilio se desfondo subiendo. Le entro un pajaron y se vio negro para llegar al albergue, en la parte alta del pueblo. El ritmo que trajimos le paso factura.El albergue, pequeño y recogido con 3 habitaciones. Las dos primeras, mas grandes estan ya llenas, Nos acomodan en la tercera, mas pequeña. Curiosamente, los vascos ya estan aqui. Otra vez llegan antes que nosotros. Imposible. Descansamos un rato y antes de salir por el pueblo hago la colada a ver si se me secan los calcetines antes de que comience a llover, pues el tiempo se vuelve amenazante. El pueblo es bonico con una joya, una iglesia-fortaleza que fue trasladada junto con el pueblo cuando se hizo el embalse. Calles rectas con soportales con colunnas de granito. Nos tomamos unas cervezas descansando y cenamos en un restaurante casero con un menu para peregrinos bastante aceptable pero con un vino agrio que nos dio la cena. La camarera, una malafolla empeñada en que nos lo bebieramos, que era bueno, discutiendo con Emilio, que como buen riojano sabe de vinos. En fin. La hospitalera, en cambio, si era un encanto de mujer, nos hizo agradable la estancia. Recuerdo a un vasco que se parecia a Manolo Haro y a un abuelete que vacio, literalmente la mochila y despues parsimoniosamente fue introduciendo todo lo que saco.. Emilio se fue recuperando de su pajaron. Los vascos lo comentaron, que traia una cara de muerto cuando lo vieron llegar y es que aguantarme el ritmo que traje la ultima hora y media no es facil y Emilio lo pago. Y es que voy como una moto, cada dia mejor, la mochila no pesa, ya forma parte de mi. Me la pongo y me la quito con una facilidad pasmosa. No como al principio que era un poema. Y los pies, la ampolla, totalmente olvidados. La preparacion del camino ha dado sus frutos.
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